Tu bien sabes, oh Madre, que en los días
en que el pueblo lloraba tus Dolores,
yo llegaba a tu Altar, lleno de flores,
para rendirte mis ofrendas pías.
Pero el odio infernal de hordas impías,
un día de siniestros resplandores,
me arrancó de ese Altar de tus amores
y me amarró con sus cadenas frías.
Más ¿qué importa que no te vean mis ojos,
ni ante Ti, ni ante tu Hijo en el Sagrario,
henchido de fervor, caiga de hinojos,
si hoy pobre, perseguido y solitario,
me siento más feliz con mis abrojos
al verme junto a Ti sobre el Calvario?