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EL BARRANCO DE LOS JUDÍOS

Cedente

Agustín Cifuentes
  • EL BARRANCO DE LOS JUDÍOS
  • Alejandro Tomás Ibáñez (ATOMI)
  • Iba un día con mi maere
    por la cuesta del Barranco,
    cuando me dijo, de pronto,
    con la voz cuasi temblando:
    -No me gusta de pasar
    este sitio maldecío;
    que este fue, en tiempo remoto,
    Barranco de los Judíos,
    y pa que, este temor mío
    no te extrañe ni te asombre,
    te voy a contar, agora,
    por qué se le dio ese nombre.

    Dicen las viejas historias
    que, en España, siempre había
    establecías numerosas
    comunidades judías;
    hasta un gran historiador
    llamao Argaiz, según creo,
    aseguraba que Hellín
    fue fundao por los hebreos,
    el año quinientos antes
    de la era de Jesucristo.
    Fue su fundaor, según
    tal historiador, insisto,
    el gran sacerdote HELL,
    el que, quizá con el fin
    de indicar que era obra suya
    le puso de nombre HELLÏN.

    Mas, ciñiendo nuestra historia
    a época más adecuada
    se referirá a los tiempos
    que imperaba Torquemada,
    gran jefe del Santo Oficio,
    o sea, La Inquisición,
    que tanto influjo tenía,
    entonces, en la Nación…
    Eran esos negros días
    en que habían decidío
    expulsar de toa España
    a tos aquellos judíos
    que, de buena o mala gana,
    no se hubieran convertío
    a la religión cristiana.

    Muchos de ellos, pa evitar
    ir desterraos, acordaron
    convertirse al cristianismo
    y, pa ello, se bautizaron.
    Como Hellín tenía fama
    de ser pueblo acogedor,
    aquí buscaron refugio
    acogiéndose al calor
    que, pródigo, le ofrecieron
    el sentir humanitario
    de tuicos los hellineros.
    Mas, como estas conversaciones
    a la fuerza, no eran claras,
    la labor depuraora
    se hizo pronto necesaria
    pa poder bien distinguir
    la auténtica conversión
    de aquella que solo se hizo
    pa evitarse la expulsión.
    Con tal fin se dio una orden
    por el Alto Tribunal,
    mediante la cual, a tuicos
    se les venía a obligar
    a presentar, tos los años,
    Cédula acreditativa
    de cumplir “las penitencia”
    llegá la Pascua Florida,
    conminando de no hacerlo,
    con darles al excomunión,
    a más de hacer figurar
    sus nombres, en un tablón
    que habrían de colocar
    en la puerta de los Templos
    pa que tal difamación
    sirviera de sano ejemplo
    y el verdadero cristiano
    quedara bien advertío
    de que no había de tratar
    con peligrosos “judíos”.

    Estábamos en los tiempos
    del Rey Felipe Tercero,
    cuando los inquisidores
    tal poderío adquirieron
    que, la más leve sospecha
    fue motivo suficiente
    pa llenar los calabozos
    de víctimas inocentes.

    Fuera por miedo al rigor,
    fuera que la conversión,
    los refugiados de Hellín
    la hicieron de corazón,
    lo cierto es, que en tuico el tiempo
    que estuvo expuesto, en el templo,
    el infamante tablón,
    no fue necesario hacer
    en él, ninguna inscripción.

    Pero una gran reacción,
    que es lo que suele ocurrir
    tras una fuerte opresión,
    vino; y en dura pelea,
    logró implantar en España
    la “Revolución de Ideas”,
    nacía al mesmo entrar
    reinando Carlos Tercero,
    un monarca liberal
    que proclamó libertades;
    y que tomó la inaudita
    y extraña resolución
    de expulsar a los Jesuitas.

    Tales hechos decidieron
    que, enseguía, el Santo Oficio,
    suavizara sus titánicos
    castigos y sacrificios,
    proclamando, por prudencia,
    a partir de aquel momento,
    la libertad de conciencia
    que razones temerosas
    le habían hecho abdicar
    su inclinación religiosa.

    Hubo, pues, la Inquisición,
    sus podres moderar,
    pus, quedaron reducíos,
    solo a lo espiritual.

    Mas, si no le quedó medio
    pa los impíos arrojar,
    si le quedaba el recurso
    de poder excomulgar.

    Y, como quiera que entonces
    se tenían acotaos
    los Cementerios que había,
    como lugares sagraos,
    tenía potestad la Iglesia
    pa no dar tierras en ellos,
    a los que no fallecieran
    siendo católicos güenos.

    Por la causa mencioná
    se tuvo que habilitar
    un osario amplio y profundo
    pa poder allí enterrar,
    los restos de quien moría
    excomulgao; y, por tanto,
    no  se les podía enterrar
    en los llamaos “Camposantos”.

    Y según viejas historias,
    pa dicha fosa mortuoria,
    el Barranco fue escogío,
    y por eso se le llama
    BARRANCO DE LOS JUDÍOS.

    FIN

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